Todo estigma supone una discriminación.
Desafortunadamente, el estigma sigue acompañando a la salud mental en nuestra sociedad. La persona que padece alguna patología y sus familias afrontan la situación muchas veces en solitario o en grupos reducidos. Hablar de salud mental sigue siendo un tema incomprendido en nuestro entorno. Quienes lo padecen no pueden expresar con naturalidad cómo se sienten, de emociones, pensamientos, dificultades, avances, lo que necesitan…se ven obligados a dosificar la comunicación sobre el tema por miedo al rechazo, a la incomprensión y a sentirse diferentes.
Los estigmas que se asocian a la salud mental son los de la incapacidad, la irresponsabilidad y la violencia.
El estigma empieza en el propio lenguaje que utilizamos. Algunas palabras relacionadas con la salud mental adquieren connotaciones negativas en la comunicación cotidiana, situando a las personas que padecen algún problema mental en una situación de infravaloración y desprecio frente a la sociedad.
La conciencia social es muy importante para mermar el alcance del lenguaje peyorativo que utilizamos en perjucio de las personas con estos problemas. Los medios de comunicación, el cine u otros medios de expresión social deben ser muy cautelosos a la hora de utilizar palabras que coloquen a la salud mental al lado de lo peligroso, violento o de exclusión.
La violencia asociada a los problemas de salud mental es quizá el estigma más extendido en nuestra sociedad. La comunicación social sigue asociando la conducta agresiva con patologías mentales, cuando la violencia externa hacia los demás, está más evidenciado en la población en general, mientras que las personas con problemas de salud mental si muestran agresividad suelen provocarla hacia uno mismo.
Las personas con problemas de salud mental son, antes que nada, PERSONAS. Y como tales, deben ocupar su lugar en la sociedad sin estigmas ni juicios basados en el desconocimiento sobre los problemas mentales.
En nuestras manos como ciudadanos está comprender, aprender, acoger y normalizar para integrar a todos y todas sin excepciones basadas en su salud mental.

TIPOS MÁS FRECUENTES DE ESTIGMAS
Personas con problemas de salud mental
El más grave es el autoestigma. Esta condición se refiere a la internalización, por parte del individuo estigmatizado, de las actitudes negativas que ha recibido. Va asociado a creencias de desvalorización y discriminación, afectando a la calidad de vida, a su autoestima, a la autoeficacia y el agravamiento de los síntomas. Cerca del 40% de las personas con trastornos mentales graves presentan altos niveles de autoestigma.
El estigma público
Se produce cuando la comunidad se comporta con prejuicios y estereotipos negativos hacia los pacientes y, en consecuencia, actúa discriminatoriamente hacia ellos. Estas actitudes estigmatizadoras pueden instalarse desde edades tempranas de la vida por medio del proceso de socialización.
Al analizar el estigma público relacionado con la etiología de las enfermedades mentales, se ha podido observar que, a pesar de que con el transcurso del tiempo el público ha adoptado una perspectiva causal neurobiológica de las enfermedades mentales, y que esta perspectiva ha aumentado la tendencia a apoyar su tratamiento, no ha disminuido su estigmatización.
El estigma en la familia
Es una condición en la que se transmite la devaluación social por estar asociado a una persona estigmatizada. Se han documentado diversos tipos de impacto en las familias de personas con algún trastorno mental, como, por ejemplo, trastornos del sueño, alteraciones de sus relaciones interpersonales, empobrecimiento de su bienestar y de su calidad de vida. Es frecuente que se produzca un nivel semejante de aislamiento y exclusión social al que viven los pacientes. No nos olvidemos de que los propios familiares también pueden ser una fuente de prejuicios y actos discriminatorios hacia los pacientes con enfermedad mental.
El estigma institucional
Incluimos aquí tanto las instituciones privadas como públicas. A pesar de que las actitudes de los profesionales de la salud hacia la enfermedad mental son más positivas que las del público general, son frecuentes las actitudes paternalistas o negativas, especialmente en cuanto al pronóstico y las limitadas posibilidades de recuperación de las personas con enfermedad mental.
ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN
Estigma internalizado o autoestigma
Los programas de empoderamiento personal serían la mejor estrategia para disminuir este estigma. Implican potenciar los recursos personales de cada persona con enfermedad mental, generando mayor autoeficacia y control de sus vidas. Son desarrollados tanto por profesionales como por expacientes. Un factor facilitador para este tipo de intervención es establecer una relación más equitativa entre profesionales y pacientes, en la que estos últimos tengan un rol activo en los planes de atención sanitaria, y exijan su derecho a la autonomía.
Este tipo de intervención genera una mayor motivación a buscar información y agruparse con otros individuos con condiciones semejantes, así como también una mejor adherencia a los tratamientos. Por otra parte, se han reportado intervenciones individuales por medio de la terapia cognitivo-conductual (TCC) para personas con estigma internalizado, comprobándose la eficacia de la TCC para aumentar la autoestima, la autoeficacia, el bienestar subjetivo y reducir las creencias negativas asociadas a la enfermedad.
Estigma institucional
El rol de los profesionales de la salud puede adoptar diversas formas: el profesional como agente estigmatizador, como sujeto estigmatizado y como agente des-estigmatizador. Potenciar la adopción por parte de los profesionales del último de estos roles ha sido el objetivo de los procesos de formación y entrenamiento de profesionales tanto de la salud en general como de la salud mental.
Estigma público
La literatura ha reportado tres diferentes estrategias para modificar las actitudes estigmatizadoras. En primer lugar, está la protesta que desafía las actitudes estigmatizadoras además de las conductas que promueven aquellas actitudes. Si bien la protesta como estrategia para reducir el estigma público puede ser útil, en la mayoría de las ocasiones su impacto es marginal e incluso puede empeorar las actitudes públicas. En segundo lugar, está la psicoeducación, que tiene como objetivo modificar las creencias de las personas reemplazándolas por conocimiento más objetivable. Al igual que la protesta, la psicoeducación ha reportado resultados poco significativos, lo cual sugiere que los efectos de este tipo de intervenciones son limitados. Por último, el contacto interpersonal con personas de grupos estigmatizados constituye la tercera estrategia para reducir el estigma. Este tipo de estrategia ha demostrado ser más efectiva que las dos anteriores, particularmente si se enmarca en programas de participación comunitaria. Además, tal como afirma Corrigan, si las intervenciones que incluyen contacto con pacientes o ex pacientes se dirigen a grupos sociales “clave” -por ejemplo, empleadores, proveedores de salud mental, profesionales de justicia criminal, diseñadores de políticas, los medios de comunicación- su probabilidad de éxito será mayor.
Estigma hacia la familia
Entre las intervenciones que se han aplicado con mayor frecuencia están las de tipo comunitario. Son estrategias de apoyo, contención, psicoeducación y entrenamiento para modular las eventuales crisis que podrían presentar los pacientes.