El acoso escolar sigue siendo una desagradable realidad en los centros educativos. Vivirlo durante la infancia y adolescencia deja, en términos generales, huellas en quienes lo sufren. Esas huellas o secuelas se manifiestan en la etapa adulta en problemas emocionales, de salud mental o de autoestima y dificulta al adulto para llevar a conseguir su propio potencial personal.
En la infancia creamos nuestro autoconcepto sobre el que se construye la autoestima. En estas edades no disponemos de las herramientas que luego nos aporta la adultez para cuestionar o reflexionar sobre las valoraciones que hacen los demás sobre nosotros/as mismos/as. Un/a niño/a cree la mayor parte de cosas que dicen sus padres, profesores y personas de su confianza. Esas creencias las acogemos sin cuestionarlas y sobre ellas se irán creando creencias nuevas sobre nosotros mismos y sobre el entorno.
Por eso es tan importante los primeros años de un niño, porque su desarrollo posterior tendrá como cimientos sus primeras relaciones con el mundo. Si durante estas etapas tan decisivas en el aprendizaje de un niño y en la formación de su personalidad este recibe hostilidad sobre su persona, valoraciones negativas, insultos, menosprecio…este niño crecerá con una autoestima dañaba, creerá que no tiene valor como persona y será incapaz de ver su potencial porque focalizará sus cualidades en los aspectos negativos. Y sobre todas estas creencias irá incorporando nuevas que se acoplarán a las primeras lo que provocará un desarrollo disfuncional que en la vida adulta se manifestará de diferentes maneras.

El niño/a acosado/a se convierte en un adulto con las inseguridades que le ha provocado los mensajes o el trato recibido durante el acoso. El adulto se enfrenta a un mundo hostil, que hace daño, del que se tiene que defender, porque siempre ha sido así, que le obliga a estar alerta para defenderse de algo que no entiende pero que le hace sufrir. El adulto aprende a funcionar como un adulto en todos los ámbitos porque desarrolla estrategias para relacionarse y para valorarse desde la sensatez y la razón, pero a nivel emocional quedan huellas de cuando era un niño.
Esa dualidad entre niño y adulto hace que el comportamiento de una persona que fue acosada se vuelva inseguro y ambivalente. El acosado vive entre los recuerdos agridulces de su infancia y su afán de sobrevivirlos para seguir delante de la manera más saludable posible. Aun así, es común que estas personas desarrollen algunas secuelas psíquicas que les obligan a superarse cada día como son:
Autoestima baja
Sentimientos de culpa
Autolesiones
Ansiedad personalizada
Adicciones
Intentos de suicidio
Depresión grave
Fobias múltiples
Aislamiento social
Conductas de riesgo elevado
Sentimientos de ira y perjuicio
La atención de la salud mental de estos adultos es clave para que puedan reconducir sus vidas y puedes ser todo lo felices que deseen ser.
Un adulto que ha sido acosado es un superviviente que ha realizado un camino de trabajo y de crecimiento personal con el que ha desarrollado unas habilidades y capacidades extraordinarias a nivel de valores y de convivencia.
La autoestima se convierte en un indicador de su salud mental y el cuidado de la misma en su prioridad como garantía de superación.